Un número más…

 Pablo Uriel López Clara

 Veracruz

 13/05/2024

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Nunca me gustó ser un número más en la lista, recuerdo con mucha frustración que para optimizar tiempo, mis maestras o maestros registraban mi asistencia tras nombrar el número que me habían asignado de acuerdo con mis apellidos. Mi identidad se remitía a un 9, 10 u 11, que en promedio eran los números que me correspondía por mi apellido: López; pero esta incomodidad solo era el comienzo de mi lucha contra lo impersonal en la educación y mi trabajo en favor de la humanización de los procesos, estaba decidido a no ser un número más.

Mi recorrido por el servicio educativo en estos diez años está marcado por esa necesidad de no ser uno más en la lista, mis primeros pasos como maestro los di en mi añorada “palapa”, un rectángulo de piso de tierra y un techo de palma que aún extraño en los meses con más altas temperaturas en mi hermoso estado: Veracruz. Este comienzo definió mi camino de gestión y búsqueda de mejores condiciones para mis estudiantes; en definitiva, los comienzos son importantes y lo que con ellos se hace, aún más.

Como director y ahora como supervisor escolar, no he perdido de vista de dónde vengo, no olvido el olor de la tierra mojada de mi primer salón de clases o cómo se siente el aire que entra por los enormes ventanales de caña de otate que construí con mis estudiantes; tengo presente lo feliz que fui en ese lugar donde, a pesar de tener casi nada, podíamos hacerlo todo, principalmente, aprender. Junto con mis estudiantes resolvimos muchas veces lo que los gobiernos no podían darnos, aprendimos a hacer posible lo imposible; pero sin perder de vista lo que merecíamos: mejores condiciones.

Tener en claro que mis alumnos y mis alumnas merecen lo mejor (no menos), me ha permitido accionar y buscar en los limitados recursos que se presupuestan las oportunidades para solventar los requerimientos materiales en los centros de trabajo donde he podido servir. No pierdo de vista que en cada uno de los espacios donde me he desempeñado estoy para servir a mis estudiantes, sus familias y la comunidad escolar que integramos, todos y todas, incluidas las maestras y los maestros.

En un lejano 2014, recién estrenado como director comisionado trabajé a la par con una comunidad del sur del estado con el “Programa de la Reforma Educativa”, una estrategia del gobierno federal para dotar a las escuelas de infraestructura y equipamiento, con la participación de las familias, los directores y la autoridad educativa local. En el caso de la escuela donde estuve, se obtuvieron buenos resultados, dejando atrás los pisos de tierra y teniendo por fin tres aulas, televisores, aires acondicionados y equipo de cómputo. Más adelante con las gestiones de otras directoras, logramos una plaza cívica y un comedor; sin embargo, debo reconocer que mucho del dinero presupuestado se quedó en manos de constructoras que inflaron los precios para solventar el pago de las autorizaciones para poder operar.

Más tarde, en otras escuelas como director y ahora supervisor he podido colaborar con las comunidades en el “Programa la Escuela es Nuestra”, con muchas limitaciones pues la participación más importante recae en las familias, quienes deciden en qué se emplearán los recursos y quiénes realizarán las actividades de construcción o mantenimiento de los centros escolares. Los únicos que pueden intervenir en las decisiones son las figuras de enlace de la Secretaría del Bienestar, a quienes tuvieron a bien llamar “Servidores de la nación”, quienes por encima de los miembros de la comunidad escolar tienen la facultad de aprobar o no los proyectos de mejora y persuadir a las familias de realizar aquellas obras que sean más convenientes para ellos y sus intereses o los de la misma Secretaría del Bienestar. 

Dos ejemplos de programas diferentes (en sexenios distintos), ambos con características similares, soluciones de forma y no de fondo ante los problemas educativos. En mi experiencia y tras mi recorrido como docente, director y supervisor, entiendo que los presupuestos en materia de educación no serán suficientes si los recursos no se destinan en mejorar de raíz algunas de las problemáticas que tienen mayor impacto a largo plazo en educación, como lo son: la atención a la primera infancia, el acompañamiento de los cuidadores, la recuperación de aprendizajes y la formación de maestros y maestras.

Es posible seguir simulando que se gasta mucho en educación; pagar espectaculares que anuncian que se gastaron millones de pesos para construir una escuela o que se han otorgado miles de becas a las y los estudiantes; pero sin cuestionarnos si la inversión que se hizo realmente se traduce en resultados para mejorar la calidad de lo que aprenden nuestras y nuestros estudiantes. Si bien es importante no dejar de invertir en infraestructura y becas, el gasto educativo no puede, ni debe, resumirse en estas dos actividades.

Hoy me siento frustrado porque en México se gasta menos que nunca por persona en educación y al erradicar todos los programas de atención a la diversidad, las minorías somos poco importantes frente a la hegemonización de un gasto que resuelve de manera desigual e inequitativa las problemáticas de todas y todos, han quedado atrás los programas de atención a las y los estudiantes en situación de vulnerabilidad para los cuales estas estrategias cumplían la acción compensatoria que debiera ser la base de la educación pública en nuestro país.

Finalmente y no menos importante es el lamentable gasto que se realiza para profesionalización de maestros y maestras, a quienes hoy se nos confían cada vez más tareas del cuidado de las infancias y las juventudes; pero sobre todo y recientemente somos los únicos cargando con el peso de la pérdida de aprendizajes derivadas de la pandemia del SARS-COV2, pues al no existir una estrategia real y contundente para apoyar estudiantes y docentes, seguimos haciendo lo que podemos con lo que tenemos, intentando no dejar a nadie atrás ni afuera.

La simulación puede continuar, los ostentosos números que los gobiernos presentan pueden deslumbrar a cualquiera; tampoco es novedad que sobre todo en tiempos electorales se mencionen propuestas para mejorar la forma en la que se emplean los recursos en educación; pero mientras estas propuestas sigan siendo clientelares y cortoplacistas, no podremos lograr que el gasto educativo sea eficiente, adecuado y equitativo. La educación pública en México necesita con urgencia un cambio de rumbo, un cambio en el que las personas que integramos las comunidades escolares seamos prioridad y no solo un número más…  

Pablo Uriel López Clara

Veracruz


Es licenciado en educación secundaria con especialidad en telesecundaria por la Benemérita Escuela Normal Veracruzana Enrique C. Rébsamen y Maestro en Psicología por la Universidad Tecnológica de México. En sus 10 años en el servicio educativo público ha sido docente co-fundador de telesecundaria, director por promoción a cargos directivos ocupando el primer lugar a nivel estatal en 2016 y actualmente es Supervisor Escolar de Secundarias Estatales en el Estado de Veracruz. En 2021 fue reconocido por la organización Mexicanos Primero con el premio nacional ABC en la categoría Ser Líder por su proyecto de educación a distancia.

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