Crónica de Octubre: La Memoria del Lodo

 Rafael Sampedro Martínez

 Puebla /Premio ABC 2012

 24 de Octubre del 2025

#Puebla #Director #EducaciónDeEmergencia #Lluvias #Solidaridad 

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El olor de Huauchinango cambió en octubre. Antes, el aire olía a café recién tostado, a la humedad limpia de la sierra, a la tierra fértil que prometía flores y cosechas. Después de esos días, del 8 al 11 de octubre, el aire se espesó con un aroma distinto: el de la tierra herida, el del lodo removido, el de la memoria anegada. Un olor que se pega a la ropa, a la piel y al recuerdo.

No fue lluvia, fue un diluvio vertical, obstinado. Cuatro días con sus noches en los que el cielo pareció vaciarse sobre nosotros, no con la furia de un trueno, sino con la persistencia de una lágrima interminable. El agua dejó de ser murmullo de arroyo para convertirse en un rugido sordo que devoraba caminos y silencios. El viento, cómplice, traía consigo el presagio de lo que vendría después: el crujido de la tierra cediendo, el lamento sordo de los cimientos.

Al amanecer del quinto día, cuando la lluvia por fin se convirtió en una llovizna piadosa, el paisaje era otro. Huauchinango se miraba en un espejo roto. Los caminos ya no eran caminos, sino ríos improvisados de agua cobriza que arrastraban pedazos de vidas: un zapato de niño, un oso de peluche, una silla de plástico, ramas de árboles que hasta ayer daban sombra.

En la ladera entre las colonias Santa Catarina y Monterrey, como un bocado que el cerro hubiera arrancado de sí mismo, una herida abierta de tierra y olvido marcaba el lugar del derrumbe. Allí donde hubo casas, risas y rutinas, ahora solo quedaba el silencio pesado de la ausencia. La tragedia no solo se contaba en metros cúbicos de lodo, sino en nombres propios, en familias enteras que ahora habitan en la memoria.

Mi escuela, la primaria "5 de mayo de 1862", tampoco se salvó del desastre. Yo, que la recorro cada día como quien recorre el mapa de sus afectos, la encontré herida. Nuestra barda perimetral en uno de sus costados tiene un alarmante y grave derrumbe que diariamente se desliza peligrosamente. Los patios de juego, donde resuenan los gritos de la vida, estaban cubiertos por una capa de lodo resbaladizo. Las canchas deportivas, escenario de triunfos y caídas sin importancia, ahora tenían fracturas profundas, como cicatrices en el rostro de nuestra casa común. Los pasillos, por donde corren futuros doctores, maestras y artistas, mostraban grietas que dolían más que el frío.

La escuela estaba en silencio, un silencio antinatural, como si el edificio mismo contuviera la respiración, esperando un diagnóstico que nadie quería escuchar. Las aulas cerradas se sentían más vacías que nunca.

Pero el verdadero peso de la tragedia no está en los caminos rotos, sino en los rostros. Lo veo en los mensajes de las y los docentes que, con el agua todavía en los tobillos de sus propias casas, me preguntan por las niñas y los niños, por los materiales, por cómo seguir.

Una maestra me escribe: "Director, me tienen que desalojar, pero los libros de cuentos los puse en alto. A ver cómo le hacemos para que los niños no pierdan la magia". Su casa estaba en riesgo, pero su vocación estaba intacta. 

Lo veo en los padres de familia, con la pala en la mano y la mirada cansada, que se detienen para preguntar por la escuela, porque saben que en esa normalidad interrumpida reside una parte de la esperanza. "No importa si tardamos en volver, profe. Lo importante es que los niños estén bien", me dijo uno, con el lodo hasta las rodillas pero la dignidad intacta.

La participación de las madres de familia que integran la mesa directiva de Asociación de Padres de Familia (APF) ha sido destacable, ellas se organizaron para hablar directamente con la Presidenta Claudia Sheinbaum y solicitar el apoyo y solidaridad para las familias de nuestra escuela que sufrieron afectaciones. Han sido ellas quienes han visitado a las familias y distribuido los apoyos recibidos.

Y luego está el dolor que se anuda en la garganta. El de nuestros estudiantes hospitalizados. Pienso en ellos, en sus cuerpos pequeños luchando. Y sobre todo, pienso en ese niño valiente que, desde su cama de hospital, enfrenta una doble batalla: la de su salud y la de una orfandad que le cayó encima con el peso de una ladera. Perdió a sus padres en el derrumbe. Esa noticia es una grieta en el alma de toda nuestra comunidad educativa. Su cama es ahora una extensión de nuestra preocupación, un recordatorio constante de la fragilidad y, al mismo tiempo, de la inmensa responsabilidad que compartimos. Su lucha es nuestra lucha.

En medio de este panorama, hemos vuelto a las aulas, aunque sean virtuales. Las pantallas de los celulares y los cuadernillos impresos se han convertido en refugios. No estamos avanzando en matemáticas o lenguajes como antes. Ahora las lecciones más importantes son otras: hablamos de resiliencia, de cómo se reconstruye no solo una casa, sino también la confianza.

Dibujamos nuestros miedos para poder mirarlos a los ojos. Escribimos sobre la ayuda, sobre el vecino que compartió un plato de frijoles calientes, sobre los jóvenes que llegaron con palas sin que nadie los llamara. Aprendemos que la comunidad es el único material de construcción que no se deshace con el agua.

Ahora vivimos en la espera. Esperamos el dictamen de los profesionales que nos dirán si los cimientos de nuestra escuela son seguros o si tendremos que buscar un nuevo hogar. Existe la posibilidad de que nos reubiquen, de empezar de cero en otro lugar. Pero una escuela no son sus paredes. Somos nosotros: las niñas y los niños que ríen, docentes que enseñan con el corazón en la mano, madres y padres que confían. Y nosotros, todos nosotros, estamos de pie.

Esta tierra, que nos quitó tanto, es la misma que nos sostiene. El lodo que cubrió nuestras calles guarda la memoria del dolor, pero también la semilla de la solidaridad. En cada pala que usamos para limpiar una casa, en cada mensaje de aliento, en cada clase a distancia, Huauchinango está demostrando que su verdadera fortaleza no reside en sus montes, sino en su gente.

La lluvia ha cesado, pero el trabajo apenas comienza. Es el trabajo de reconstruir, de sanar, de recordar a los que se fueron honrando la vida. Es un trabajo lento, hecho de pequeños gestos y una esperanza terca. Porque a una comunidad no la derrumba el agua, la sostiene la memoria y la fe compartida en que, después del lodo, siempre vuelve a crecer la hierba.

*Si quisieras apoyar la reconstrucción de la escuela puedes contactar al profe Rafa al número: +52 776 100 5069 

Rafael Sampedro Martínez

 Puebla /Premio ABC 2012

H. Rafael Sampedro Martínez es docente de carrera con licenciatura en educación primaria. Ha obtenido una maestría en educación con especialidad en formación docente de la Universidad Pedagógica Nacional y ha participado en diversos diplomados y cursos, tanto presenciales como en línea, relacionados con la educación integral, tecnología y competencias docentes. Además, ha sido becario del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, diseñando proyectos educativos en teatro, artes visuales y tecnología para niños.

El maestro Sampedro ha trabajado en diferentes niveles educativos y desempeñado roles de docente, directivo, conferencista y tallerista internacional en temas como inteligencias múltiples, tecnología, arte, educación, desarrollo de la creatividad y nuevas tecnologías en el aula. Es miembro fundador del programa nacional Salas de Lectura y director de varios proyectos, entre ellos Sierra Zero, Innova-eduka y Quality Kids. Además, ha recibido reconocimientos nacionales e internacionales por sus contribuciones en el ámbito educativo y ha participado como invitado especial en eventos educativos.

Actualmente, ejerce como docente de tercer grado en la escuela primaria vespertina Aquiles Serdán y como director de la primaria General Rafael Cravioto en el municipio de Huauchinango, Puebla. En 2022, recibió el reconocimiento de la USICAM por su práctica educativa durante el periodo de aislamiento por la pandemia de COVID-19, implementando un proyecto de intervención educativa mediada con tecnología.

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