Ser docente: una convicción que transforma vidas

Ser docente, más que una profesión, es una convicción que se descubre. Y ese encuentro no se da en las instituciones formadoras de maestros, sino en la cotidianidad del trabajo, con las y los estudiantes. Se da cuando, a pesar de todo, creemos que somos agentes de cambio en la vida de nuestros alumnos.

Mientras nos capacitamos para incursionar en el mundo de la docencia, no dimensionamos todo aquello que nos hace sentir orgullosos de ser maestras o maestros. Nos centramos en cuál será el método pedagógico más adecuado para la enseñanza, qué recursos didácticos favorecerán más nuestras sesiones educativas, y dejamos de lado todo aquello que enriquece el alma y el corazón: esa pasión por enseñar y caminar de la mano con nuestros pupilos.

Es en la escuela, en las aulas, frente a nuestros alumnas y alumnos, cuando nos damos cuenta del impacto que nuestro actuar tiene en ellas y ellos. Es cuando vemos esa sonrisa que no se compra y esa tristeza que disipamos en nuestros jóvenes. Es ahí cuando entendemos que todo el esfuerzo y preparación valen la pena, incentivándonos cada vez más hacia la mejora de nuestras prácticas.

Ser maestra me hace sentir como alguien importante en esta sociedad, como una constructora de vidas, pues es en las y los jóvenes donde estamos forjando los cimientos de las sociedades futuras. Ser maestra rural es aún más significativo, ya que, por medio nuestro, muchos jóvenes en situaciones marginadas tienen la oportunidad de conocer una parte del mundo, soñar en grande y trabajar para alcanzar esos sueños. 

Todos los maestros y las maestras, de los distintos niveles educativos y modalidades, somos agentes sumamente importantes. Pero me atrevo a asegurar que aquellos docentes que han tenido la oportunidad de trabajar en contextos rurales se sienten aún más orgullosos y valorados por su desempeño profesional. Porque es ahí, en las comunidades alejadas, -en esos lugares donde el tiempo transcurre con más calma, el aire se respira diferente y los paisajes deleitan la vista-, donde la gente te respeta, aprecia y demuestra con acciones contundentes lo mucho que agradece tu presencia en sus vidas. Lo podemos ver en ese plato de comida que te invitan, en el río que te ayudan a cruzar, en la maleta que te ayudan a transportar, y en todas aquellas colaboraciones que brindan a la escuela.

Es por ello que respondemos con gran entusiasmo y compromiso. A pesar de los distintos obstáculos —como caminos en mal estado, la lejanía de nuestros seres queridos, condiciones precarias de vida o las olas de violencia que desde hace casi un año sufrimos en Sinaloa—, las y los maestros seguimos eligiendo estar ahí, en nuestro lugar feliz; en ese lugar en el que sabemos que somos parte importante en la construcción de los individuos del futuro y del progreso de la sociedad.

Desde mi experiencia con las y los docentes y como Asesora Técnica Pedagógica, puedo decir que me llena de alegría ver, día a día, cómo mis docentes son capaces de sobrellevar todas las adversidades, siempre buscando nuevas experiencias y enseñanzas para sus estudiantes. Desde su contexto, buscan hacer las adecuaciones necesarias para que la educación se mantenga a la vanguardia y forme cada vez a estudiantes más competentes y con menos dificultades para incorporarse a la sociedad.

El actuar docente nunca había sido tan importante como lo es ahora. Nos corresponde la ardua tarea de no solo formar académicamente a las y los estudiantes, sino también de rescatar valores y brindar cuidado emocional, lo cual, estoy segura, será una solución efectiva a las problemáticas de inseguridad que enfrenta nuestro estado.

Ser docente rural, en especial de telesecundaria, es llevar en el corazón a toda esa gente buena y trabajadora de nuestro estado. Esas personas por quienes estamos dispuestos a apostarlo todo para enaltecer la educación.