

Escribir un libro es como encender un cohete; despega en el papel, pero te lleva a lugares que solo el corazón conoce
César Javier Aguilar Rodríguez
Premio ABC 2022 /Tamaulipas
19 de Diciembre del 2025
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Nunca imaginé que la palabra escrita pudiera convertirse en un puente tan poderoso entre mi vida en el aula y la reflexión profunda sobre lo que significa educar democráticamente en México. Cuando recibí la invitación para participar en el libro Educación Democrática una perspectiva desde México, supe que era una oportunidad enorme, pero también un reto mayor: ¿Cómo narrar lo que vivimos las maestras y los maestros sin perder la esencia humana de nuestro trabajo cotidiano?
Debo confesar que al inicio sentí inquietud. No estaba acostumbrado a escribir en forma narrativa; mi día a día siempre ha estado más ligado al pizarrón, al recreo, a los acuerdos con mis alumnos, a escuchar lo que sienten y acompañarlos en sus procesos.
Cuando comencé a escribir mi narrativa, me descubrí enfrentando mis propias limitaciones. Avanzaba, retrocedía, corregía, volvía a empezar… tuve que desaprender lo que creía que sabía y aprender de nuevo, palabra por palabra.
Al principio batallé mucho; cada párrafo era un reto y cada idea parecía desordenarse antes de tomar forma. Pero gracias al acompañamiento que recibí, pude mirar mi trabajo con otros ojos. Corregí una y mil veces, hasta que las frases empezaron a respirar con más claridad y el texto encontró su propio camino.
Hoy sé que esa lucha inicial fue necesaria: de ese proceso nació una narrativa más honesta, más fuerte y más mía, gracias al acompañamiento cercano y respetuoso de la maestra Linda F Nathan de la Universidad de Harvard, así como al trabajo colaborativo con la Universidad de Guadalajara, Jalisco, y la organización Civil de Mexicanos Primero, pude avanzar paso a paso. Cada observación, cada conversación y cada retroalimentación se convirtieron en un impulso que me ayudó a organizar mis ideas y a encontrar mi propia voz dentro del libro.
Escribir mi capítulo fue un proceso emocional. Me hizo mirar mis prácticas con otros ojos: reconocer mis aciertos, mis dudas, mis tropiezos y mis aprendizajes. Comprendí que narrar lo que ocurre en el aula no solo es un acto de memoria, sino también un acto de amor y responsabilidad profesional.
Al comenzar a recordar y escribir, sentí cómo algo dentro de mí se rompía. Mientras redactaba y leía cada palabra una y otra vez, una lágrima se me escapaba sin pedir permiso. No era simple tristeza: era la certeza dolorosa de que entendía, quizá demasiado bien, el vacío que habita en mi alumno.
Cada frase que escribía era una punzada. Pensar en su dolor al no tener la presencia de un padre —ese abrazo que nunca llegó, esa voz que nunca escuchó— me desgarraba. Pero fue aún más duro enfrentar el eco del rechazo de su madre, ese abandono que pesa como una sombra que se niega a irse. ¿Cómo puede un niño, tan pequeño, cargar con ausencias tan inmensas?
Mi corazón quedó hecho pedazos. No por compasión, sino por la impotencia de saber que, aunque lo acompañe en el aula, no puedo devolverle lo que el más anhela: un lugar donde sentirse amado, un hogar que lo nombre suyo, unos brazos que le recuerden que merece existir sin miedo.
Escribir esas líneas fue como abrir una herida que no era mía y, aun así, me dolía como si lo fuera. Sentí el peso de su historia sobre mis hombros y comprendí que, a veces, ser maestro es sostener el dolor ajeno con el corazón desnudo. Es ver más allá de las conductas, más allá de la rabia, y reconocer al niño que grita desde adentro: “mírame, quiéreme, no me dejes solo”.
Por eso las palabras me quebraron. Porque cada una está empapada de su historia… y también de la mía, de lo que sentí al escucharla, al abrazarla, al tratar de convertirla en narrativa sin que se me escapara el alma entre los renglones.
“Yo lo quiero mucho, maestro”, me susurra. “Aunque nunca lo vi, yo sé que él me hubiera cuidado. A lo mejor mi vida sería diferente… si él estuviera, tal vez yo no sería así”. Y entonces baja la mirada, como si se avergonzara de llorar. Pero yo sé que esas lágrimas no son debilidad, son verdad.
También me habla de su mamá, esa figura que él anhela como un faro en medio de la tormenta. “La extraño. Yo la quiero mucho, aunque ya tenga otra familia con otro señor y otros hijos. Yo quiero estar con ella… con mis hermanitos. Quiero que me abrace y me diga que me quiere”. Lo dice con la voz quebrada, como si tuviera miedo de que al decirlo en voz alta se hiciera más real la apatía de su madre.
Al terminar de escribir este capítulo, comprendí que la docencia no se sostiene solo con planeaciones, estrategias o metodologías. Se sostiene con el corazón. Con ese pedazo de uno que deja de pertenecerle cuando escucha historias como la de Mateo. Historias que duelen, pero que también nos recuerdan por qué elegimos estar aquí.
Ser maestro no es solo enseñar a leer, sumar o escribir. Es acompañar silencios, abrazar ausencias, sostener miradas que piden ayuda sin decir una palabra. Es reconocer que, a veces, la lección más importante no está en el cuaderno, sino en el alma de un niño que lucha por sobrevivir a su propia historia.
Es en estos pequeños, donde la docencia encuentra su mayor razón de ser. Porque cuando un niño descubre que vale, que pertenece, que alguien lo mira de verdad… algo dentro de él empieza a recomponerse. Y algo dentro de mí también.
Por eso sigo aquí. Por eso escribo, escucho, abrazo, enseño. Porque creo, profundamente, que un maestro puede no salvar el mundo, pero sí puede salvar un corazón. Y a veces, eso basta.
Y mientras existan alumnos como Mateo —niños que necesitan más amor del que saben pedir— yo seguiré respondiendo con lo único que nunca se agota: mi amor, vocación y mi humanidad.
Actualmente tengo un grupo de primer grado en la Escuela Primaria Enrique C. Rébsamen y confirmo que la democracia se vive todos los días, aunque a veces pase desapercibida. Se vive cuando entramos al salón y nos saludamos con respeto; cuando en el recreo resolvemos un conflicto con diálogo; cuando pedimos la palabra para participar; cuando decidimos en conjunto cómo organizarnos para una actividad.
La democracia se construye en esos pequeños momentos que parecen simples, pero forman ciudadanos capaces de convivir, escuchar y proponer.
Es por esta razón que creo firmemente que todas las maestras y todos los maestros deben escribir sus experiencias. Lo que vivimos en el aula es valioso, es real y es una fuente inagotable de aprendizaje para las nuevas generaciones de docentes.
Cada relato aporta una mirada distinta sobre lo que es enseñar en México, sobre cómo se forma ciudadanía desde la escuela y la importancia de tener una educación que ponga al centro la dignidad y la voz de las y los estudiantes.
Participar en este libro fue, para mí, una experiencia profundamente humana: agradable, desafiante y transformadora. Hoy me siento agradecido por todo el acompañamiento recibido y orgulloso de haber concluido con éxito un capítulo que no solo cuenta lo que hago como maestro, sino lo que creo como ciudadano y como persona.
La educación democrática no es un concepto abstracto; es una práctica cotidiana, un compromiso y una convicción que se fortalece cada vez que un niño levanta la mano para expresar lo que piensa.
Invito con profundo cariño a toda la comunidad educativa en especial a maestras, maestros y docentes en formación a leer este libro, porque en sus páginas encontrarán historias reales que iluminan el corazón de nuestra labor.
Cada relato muestra que educar democráticamente es escuchar, acompañar y creer en nuestros estudiantes. Este libro es una ventana a la humanidad que habita en el aula y un recordatorio de por qué elegimos esta vocación. Leerlo inspira, fortalece y nos une como comunidad educativa. Ojalá también toque tu vida y te recuerde que enseñar también es narrar, y que narrar es otra forma de seguir educando con amor.

César Javier Aguilar Rodríguez
Premio ABC 2022 /Tamaulipas
Es licenciado en Educación Básica y en Educación Primaria, además de Técnico en Puericultura, lo que le otorga un perfil multidisciplinario y una comprensión profunda de las necesidades educativas de las niñas y los niños en las distintas etapas de su desarrollo. También es reconocido como Educador certificado en Google Workspace for Education. A lo largo de su carrera, ha complementado su formación con una variedad de diplomados, cursos y capacitaciones que abarcan aspectos clave de la enseñanza moderna. Entre ellos, el programa "Profes en Red", que lo conectó con docentes de toda Latinoamérica, y su formación en el marco instruccional "STEM". Conferencista en instituciones como el Tecnológico de Monterrey, la Universidad Pedagógica Nacional y diversas Escuelas Normales. Con 11 años de servicio ha sido galardonado con el Premio ABC 2022 de Mexicanos Primero, el premio a las mejores prácticas educativas durante la pandemia por parte de la USICAMM. Además, su proyecto fue destacado en la iniciativa "Somos el Cambio", un programa que celebra las mejores propuestas educativas en México.
Actualmente, se desempeña como maestro frente a grupo en la Escuela Primaria Venustiano Carranza. Su carrera y logros reflejan su dedicación al fortalecimiento del sistema educativo y su firme compromiso con el futuro de las nuevas generaciones.



