El bolerito de zapatos que nunca dejó de ser niño y que hoy sigue lustrando vidas

 Fredy de Jesús Góngora Cabrera

 Yucatán

 03/05/2024

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Cuando era pequeño, en mi vida existieron dos fechas muy significativas: el día del niño y las navidades. Ambas celebraciones tenían que ver con la entrega de regalos, que entonces se traducían en juguetes de madera, juguetes tradicionales que duraban una “eternidad” y que se heredaban de generación a generación sin pasar de moda; juguetes que permitieron crear reglas, cuyo cumplimiento no tenía por qué escribirse, porque todos eran “caballeros” y cono lo que algunos, por sus habilidades para jugar al trompo, el balero o a las canicas les permitió convertirse en grandes “leyendas” que aún son recordados en el barrio.

Sí, pertenezco a esa infancia, de aquellos tiempos cuando mis débiles manos lustraban zapatos en las calles para ayudar en el sustento familiar, de tiempos donde cada uno luchaba por su derecho a ser feliz, una felicidad que se traducía en un cálido amanecer que acompañaba nuestras caminatas a la escuela y de tardes interminables cazando lagartijas y pajarillos en los montes.

Como muchos de mis amigos, en los pueblos, los problemas eran cosas de grandes, y no nos importaba que muchas veces no tuviéramos qué comer, mucho menos qué vestir. 

En la escuela, la letra entraba con sangre y la metodología memorística de aquellos tiempos se tenía que cumplir, porque teníamos de maestro un fiscal y un juez al mismo tiempo; uno que aplicaba la disciplina con una fuerte vara que muchas veces nos hacía sangrar, pero que soportábamos estoica y valientemente, porque de no ser así, en la casa nos tocaba doble con el argumento de que nuestros padres nos mandaban a la escuela a aprender y no a jugar.

Para ellos la escuela tenía que moldear nuestro carácter y depositaban en ella la esperanza de un mejor futuro, querían que estudiáramos, aunque fuera “para maestros”.

El tiempo ha pasado y a pesar de mis canas y de mi andar un poco lento, aun sigo siendo ese “infante” que descubrió que el derecho de aprender de los niños y niñas no depende de pocos, sino de todos, y para lograrlo tenemos que ser alquimistas, de esos cuya piedra filosofal debía desprenderse de impurezas para convertir los metales en oro, esas impurezas que hoy se traducen en miedos, egoísmos y prejuicios.

El derecho de aprender no es un regalo para entregarlo el día del niño y de la niña, como si se tratará de un juguete de madera, sino una oportunidad para brindarles herramientas que les permitan descubrir, por sí mismos, el poder de convocatoria que tienen sus voces para transformar sus vidas, voces que se traduzcan en iniciativas infantiles de leyes, de paz, ecología y ciencia, pero una ciencia, con conciencia.
Este, es el verdadero derecho de aprender, el que garantiza un futuro mejor para los niños y niñas de nuestro planeta.

Para mí, el futuro llegó pronto, deje de ser un bolerito y ahora soy un maestro, un docente que toca corazones y que aún sigue lustrando vidas para hacerlas brillar.  

Fredy de Jesús Góngora Cabrera

Yucatán


Fredy de Jesús Góngora Cabrera es docente de educación primaria con 27 años de servicio, maestro de profesión, alquimista por vocación. En los últimos 16 años ha implementado acciones que le ha permitido a sus niños y niñas “alquimistas” desarrollar proyectos que han impactado en la vida de sus comunidades y trascendido a nivel internacional.
A lo largo de su trayectoria ha recibido diversas distinciones en las que destacan: Maestro ABC 2014, Maestro distinguido de Yucatán 2017 y Docente extraordinario por National Teacher Prize 2021.

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